El Padirno Luis V… enfermo por todo y por nada.

2009/10/03

Ai les echo humilá hijos, soy Luis V., y hoy por reconozco ser un enfermo alcohólico drogadicto pasado de verga, y reconozco que lo voy a ser hasta el último día de mi existencia… y por eso estoy aquí hoy con usedes en Las Huertas, valiendo verga igual que ustedes hijos.

Les echo humildá… yo también estuve anexado aquí hace cierto número de años ya. Y quiero ser honesto, porque si no me carga la verga… yo nunca salí, seguí anexado el resto de mi vida. Y me tengo que obligar a mí mismo a hacer lo que no quiero hacer y a dejar de hacer lo que sí quiero, porque así funciona mi pinche mente enferma que está mal, que se resiente por todo y por nada, que nunca se siente en su lugar y que cuando está viviendo el ahora piensa en el mañana, y cuando vive el mañana está pensando el ayer. Porque así soy, un enfermo del alma que tiene esta pulsión que nunca deja de chingar, la pulsión de la autodestrucción.

En realidad hijos, ai les echo humildá, yo nunca he podido dejar la Piedra, porque, todavía al día de hoy, de noche, estando acostado al lado de la madre de mis hijos que me ha aguantado durante 25 años ya todas mis mamadas y mis chingaderas, hoy cada noche estando al lado de esa mujer que lo dio todo por mi, yo sigo todavía pensando en ella… en la Piedra.

Y al chile hijos, me tengo que curar, porque si no me carga la verga,  les tengo que decir que desde que salí de aquí no he vuelto a hacerle el amor a mi mujer. Mi adicción me costó las ganas de ser hombre ai les echo humildá, fue el pago que tuve que pagar. Quedé impotente, cuando yo salí de aquí y fui a reventarme la madre con esos veintemil pesos de piedra y unas putas que me pegaron una infección hijos, ai les echo yo humildá. Una maldita infección que le llevé a la madre de mis hijos, y tuve que confrontarlo, y decirle, asumiendo mi posibilidad. Yo quedé impotente… a ella, parece gracias a Dios que no le causa nada, nomás quedó estéril, pero eso ya que le hace ya tuve yo a mis dos chamacos…

Aún así hijos, dejé de ser hombre. Perdí las ganas de vivir, las ganas de hacer mujer a mi mujer. Y he tenido que esforzarme, vencerme a mi mismo cada puta mañana, todos los días a las cuatro antes de que suene el despertador yo ya estoy listo para Servir hijos. Porque es lo único, lo único que en verdad nos mantiene a salvo de nosotros mismos. Por eso mientras estén aquí en las Huertas, para que no se les truene la cinta y realmente se recuperen… Sirvan hijos. Sirvan.

Todos nosotros aquí estamos enfermos, tenemos la enfermedad del alma, del ego distorcionado, de la tristeza… de la obseción compulsiva que no cede ante nada y ante nadie. Ustedes igual que yo son unos pasados de verga. Aquí hay hijos de la chingada que han prostituido a sus hijos por unas piedras, y cabrones que en su locura se han cogido a sus madres, por eso no merecemos compasión, porque todos estamos cortados con la misma maldita tijera.

Por hoy soy Abraham R. y estoy anexado en Las Huertas

2009/09/10

Volteó pelando los ojos que ya eran de por sí grandes y con su voz insegura y que trastabillaba me dijo que orita regresaba. Se abrió paso lento y tembloroso entre los compañeros, con sus manitas agarradas hacia atrás, echándoles humildad para pasar. Llegó a la tribuna que parecía de político demagogo, de madera obscura y vieja, y se hincó  a hacer oración. Se levantó, se persinó, y se dirigió a la concurrencia de enchanclados.

– Buenos días compañeros, mi nombre es Abraham R. y por hoy estoy anexado en Las Huertas.

 -¡Ánimo compañero!, respondieron todos a una voz:  Quiso comenzar a hablar, pero los nervios y su falta de seguridad le detenían la voz como empujaditas de  la primaria de los que se quieren pelear pero en realidad no quieren. Finalmente salió una voz chillona y forzada:

– Ai les echo humildá compañeros, ya llevo yo aquí ya ciertas semanas y ciertos meses verdad, que se me han hecho años… y la verdad es que a mí la mera verdá comer verdura todos los días pues la verdad no me importa, verdad?, nunca fui, así como le llaman aquí, que sea egolatra verdad… y pues tengo el sueño muy pesado y en la noche no me molestan los ronquidos de los compañeros, que luego cuando me despierto a miar sí se oyen bien recio verdad… y ni el frío, tampoco, yo me duermo…  ni las patas de los compañeros en la cara cuando nos ponen a dormir «pito con culo».

Yo la verdad compañeros, lo que extraño mucho, es a mis hijas ai les echo humildá… a mi mujer no, porque ya teníamos muchos años dejados, pero a mis niñas yo siempre las cuidé y chingo a mi madre que las extraño un chingo hijodesuputa madre…

Y se le rozaron los ojos, y le corrió la primer lágrima.

– Yo a mi mujer la verdad ya no la amaba, y la verdad compañeros yo me tengo que curar de mi descoyuntamiento sexual… la verdad yo no era tan vicioso así como aquí a ciertos compañeros que escucho que se curan de que duraban cinco días fumandose su piedra y si ais, que yo ni conocía pero que ya se antoja de tanto que se curan aquí ciertos compañeros… de que duraban así, cuatro cinco días sin comer, durmiendose en la calle y cagados en los pantalones,  y que padroteaban a sus rucas…

– (todos los compañeros se ríen, no dejan de reir como aprendieron de los Padrinos, con sarcasmo, con desprecio, de los otros a quien hacía alusión el tribuno).

– Yo nomás era bien pedo, eso sí, agarraba el chango y como los patos, dos tres días en el agua. Y luego ya cuando llegaba a mi casa, cuando todavía vivía con mi señora, llegaba yo como demonio, me le metía en la cama y la empezaba a manosear, y aunque no quisiera yo la apretaba fuerte de la espalda, la agarraba de la espaldilla y se la apretaba pa´que se asocegara… y luego una vez nos vio mi niña, que estaba chiquita y se dormía junto con nosotros. Pero a mí no me importaba nada, me valía verga como dicen aquí,  y sabía que me estaba viendo, con sus ojotes como los de su madre, y yo más le echaba con la otra pa que viera yo, pensaba en esos momentos de descoyuntamiento verdad, pa que viera cómo era la cosa verdad… y ahora en las noches, luego cuando no puedo dormir, porque también me pasa como a todos aquí, luego ya como a eso de las cuatro de la mañana que ya no puedo estar despierto pero que tampoco me puedo dormir, entonces comienzo a ver sus ojotes como de tecolote en los focos que dejan prendidos aquí en la sala, toda la puta noche… sin poder pergar las pestañas todos apretados a la verga, y luego con esos calores que se sentían hace unos meses que sentía que mejor quería que me cortaran el cogote de plano porque yo ya no aguanto tanta chingadera aquí encerrado, a los pinches apoyos que son todos unos pasados de verga que se la pasan haciendo sus porquerías y sus deshonestidades, como dicen aquí, a las espaldas de los Padrinos, y agarran comida de la cocina y entre ellos se hacen paleros, y se la pasan hablando de sus pendejadas, yo los he oído, el otro día escuché a un pendejo curándose de su mamá, que la extrañaba mucho… pinches niños mensos de la ciudad que me traen a pan y verga y cren que porque soy ranchero soy pendejo.

Y las risas… y las risas burlonas que desacreditaban todos los sentimientos del pobre Abraham R. que a estas alturas ya no podía parar de hablar, que lloraba ya a moco tendido dejando que eso que parecía un coágulo que acababa de deshacerse dentro en su cerebro le colgara de la nariz de la manera más asquerosa sin hacer nada por quitárselo.

– Y como les decía verdad… cuando me ponía así de pedo, como que me entraba satanás hijodesuputa madre… y me ponía caliente y no me importaba. Aquí dicen que todos llevamos un putito dentro y que nos tenemos que curar al chile verdad, de todo, y a mí mi Padrino Fernando me dijo que al chile dijera que soy puto, y  la verdad no soy puto verdad… nomás me ponía violento con mi mujer. Pero mi Padrino me dice que no me haga pendejo… y yo no sé qué pensar, no se si me violaron de chiquito y yo no me di cuenta, o luego de tan pedo que me ponía con mi… cierto primo, ya iba yo a decir su nombre verdad… no sé si el cabrón se haya pasado de verga porque yo era de los que se quedaban dormidos en las banquetas. Entonces yo creo verdad, que mi error era ponerme así con mi vieja, mi Padrino dice que eso es normal y todos los hombres aunque no sean alcohólicos como yo verdad, sólo por hoy, que se ponen violentos, pero que el verdadero problema no es ese. Yo la verdad ya estoy muy cansado de todo este lugar ai les echo humildá, yo nomás estoy pensando el día en el que pueda saber algo de mis hijas, o que ya me den mi luz verde. Aunque me acaben de poner a mi Guardia, ya nada me anima… vivir aquí la verdad compañeros es que no es ninguna vida.

Cúrate al chile…

2009/09/05

Ya había visto desde que llegué a los aplicados en el Rincón. Eran cuatro hombres, uno de ellos pesaba como 120 kilos y sudaba como puerco rumbo al matadero. Además había una señora ya grande, con su pelo muy largo y cano,  y un chavito como de 12 años, al que tenían vestido de mujer. Pasaban todo el día mirando hacia la pared salvo en las juntas. No se sentaban en todo el día a menos que fueran para cagar;  algunos, porque la aplicación completa del Rincón incluía también la aplicación del Manifiesto que además de negarles el segundo plato de comida, les restringía el uso de papel sanitario, la regadera, el cepillo y la crema a los que llamaban «cosméticos».

En un principio me había llamado mucho la atención el maquillaje grotesco corrido en la cara del niño con ojos de adulto. Pero el que peor lo pasaba era el gordo. Abraham R., narizón y muy comunicativo como era, no desaprovechaba ninguna oportunidad para darme explicaciones sobre el lugar. Al ver mi atención pescada, me dijo que a quien veía era otro Chuy, pero este era sigla R, y que tenía ya casi cuatro semanas en el rincón, que lo habían mandado ahí porque a la hora de la comida, un día que hubo tortillas, a él accidentalmente le habían dado una de más. Y se dio cuenta, y sin decir nada, se la comió. Cada paso de su «deshonestidad» había sido observada cuidadosamente y chivateada después por el compañero sentado a su lado. O por el que estaba al frente… cualquiera podría haber sido. De ese no se sabía su identidad, pero era filosofía del lugar que si alguien presenciaba la desonhestidad de otro, el no denunciarlo hería su propio compromiso con su rehabilitación haciéndote cómplice de su mierda.

Como he dicho, pesaba 120 kilos calculaba yo, y por su profuso sudor se podía imaginar lo difícil que debía ser sostener sobre sus pies descalzos ese peso desbordado. Venía caminando del baño, de su única sentada en todo el día,  sus pasos eran lentos y dolorosos, como si caminara sobre vidrios, no le habían dado papel para limpiarse el culo y los Apoyos le gritaban humillaciones a cada paso. Las sillas rojas de CocaCola habían sido acomodadas después del desayuno como en un foro con un curul al centro. Al lado, en una mesita, uno de los anexados sentado detrás de ella tocó una campana y dirigió otra oración. Entonces pidió que uno a uno los compañeros dijeran  su nombre y se manifestaran dispuestos al Servicio de la «Tribuna», mientras  los apuntaba en un cuaderno que parecía de deshecho. Al terminar con la lista, agradeció a la forzada concurrencia con un chiste malo y forzado  y nos dio la bienvenida a una junta más en nuestro centro de rehabilitación para drogradictos Granja Las Huertas,

Terminado el ritual de iniciación,  comenzó a hablar en primera persona de su propia experiencia como drogadicto activo, de sus dagas, de sus conductas negativas, sus malas amistades, sus hábitos noscivos, su improductividad laboral, sus uñas largas en cada lugar que veía manera. Hablaba fresco y ligero, empático y simpático de estos acontecimientos más bien culeros que narraba sin miramientos ni empachos y con todo lujo de detalles: todas y cada una de sus barbaridades las cuales hacía parecer simpaticones chistes: los robos a su madre, los golpes a su padre, los desfalcos a su hermana, el día que había prostituido a su morra con un gringo en la Plaza de los Mariachis…   en su distorcionada percepción de las cosas, el compañero enchanclado igual que nosotros a quien  habían sentado a dirigir la junta, estaba siendo honesto…  y ese es el valor más aplaudido entre drogadictos culposos.

A mi su honestidad me sonaba más bien a una desfachatez socarrona en la  que escondía  una especie de orgullo malsano. Hablaba de estos años «perdidos»  e «hijos de su puta madre»,  como si le pertenecieran a otra persona, como si contara las aventuras épicas de un gran héroe, justo con la vida y duro con sus injusticias. Se ofendía a sí mismo y se denigraba, pero  el pecho se le hinchaba, se sonreía constantemente, empuñaba su mano derecha y golpeaba la mesa sobrecogido por la excitación por la que lo conducían sus memorias que a mi en lo personal me parecían que no eran nada de lo que  sentirse orgulloso.

Al igual que los padrinos, su discurso y su tono de lenguaje eran ensalsados y arrogantes. Y comencé a reconocer algunos de los términos que había venido escuchando y que serían palabra viva mientras yo estuviera en ese lugar de entusiastas muertos.  Hablaba asiiii, con mucho melodraaaama, cortando sus palabras con un tiple de entre chilando y cholo y siempre terminaba sus frases con un -hijodesuputa madre-.

Mientras tanto, el gordito Chuy R. se balanceaba sobre sus regordetes piesecillos evidentemente tratando de aliviar el dolor, mientras un Apoyo pendejo y pasado de verga lo insultaba y le decía cosas sobre su mamá y sobre su gordura y sobre traer su culo ceboso que no se había limpiado en tres semanas. Entonces, el compañero dirigiendo la junta le pidió a un compañero que hiba a subir a tribuna, que se curara al chile… que no se subiera a decir las mamadas de siempre haciéndole al chillón para que el padrino creyera que sí se estaba curando. Le dijo que estaba en la casa de los chillones y los manipuladores, que aquí todos eramos reyes del drama, así que amablemente lo invitó a expresar por medio de la palabra su fondo de sufrimiento, y así lograr la tan ansiada liberación a través de la catársis. El encierro, el aislamiento, la privación de los derechos más esenciales tenían la función de, al igual que una hoya expres, ejercer la máxima presión, cocer con ella de manera forzada y anticipada la reflexión que llevara a la toma de consciencia, la cual después había que  liberarla como una eyaculación que al igual que la verga de dios, era espinosa y gorda… dolorosa.

El compañero al que solicitaba subir a tribuna, era Abraham R.

Me va a tronar la cinta…

2009/09/02

Dejé de pensar… durante cuatro, cinco, seis días. Y aunque hubiera querido no había en mi cabeza ningún movimiento que denotara actividad. No quería nada, no sentía nada, pero era como si algo me tuviera agarrado de los guevos. Nada salvo en esos momentos en los que el aguijonazo de la realidad era ya de plano inaguantable.

Pasé todas las horas del mundo que se me hacía que duraban por siempre y que cuando creía que ya había sido suficiente, venían más, sin clemencia y sin una cara, pesadas, hastiadas, largas horas sin luz ni del día ni de la noche, putero de horas sólo  de  tres focos de 120 wats a cables pelones en el techo. Horas y días en los que  al recordar que no iba a salir de ahí en mucho tiempo, que iba a estar ahí, encerrado,  para no morirme de tristeza, nada más dejé de pensar.

Lo que sentía era como una aspiradora en la boca del estómago que me atrapaba en un remolino angustioso. Me aguantaba las ganas de llorar todo el tiempo y cuando el nivel de intensidad se ponía ya de focos rojos, entonces me mordía los labios, soltaba una lágrima, y dejaba de pensar.

Abraham R. me platicó que aquí a muchos se les truena la cinta por precisamente lo contrario: pensar de más. Me dijo que el lugar era tan aburrido y el hastío se volvía tan insoportable, que uno irremediablemente acababa por recordar, y por pensar, y por añorar, y por sentir culpa, y por hablar de esa culpa y de esos actos vergonzosos innegables que todo adicto escondía, y entonces pensaban, pensaban todo el día, para distraerse, para tener algo que hacer  ya que diferente  del Pintón, aquí nisiquiera había canchas de basquet para salir a estirar un poco los músculos.

O sea que aquí los muchachos si no se la aplicaban con los Servicios, se volvían locos; ese frágil mecanismo entre cordura y demencia, presionado por un entorno hostilísimo,  activaba su tic tac lastímero desbocando  una estampida de  estupidez  con el único fin de cortar línea con la realidad. Ahí estaba el caso de Ramón R. para probarlo, un niño fresa de Bugambilias de 16 años que tiene este tic compulsivo de aventar su cabeza hacia atrás y escupir. Cada vez lo hacía más…  él, de tanto pensar, de no concentrarse en su proceso de rehabilitación, se había vuelto irremediablemente loco.

Me daba mucha ternura. Me recordaba a mis amiguitos burgueses de la prepa, y éste ni siquiera era adicto. Su pecado había sido cagarles el palo a sus papás y después de los doctores y hospitales más caros de Houston, optaron por mandarlo al Anexo a ver si así finalmente ya dejaba de hacerle tanto a la mamada, según consideraban.

Yo, igual que Ramon R. y que Abraham R., llevábamos un hueco en la base del estómago que no se quitaba con los brinquitos desesperados y el llanto reprimido en una mueca ridícula que nos reflejaba a todos con todos como un salón de espejos, y que como si fuera poco cargar con esa imagen y esa condición tan deplorables y abandonadas de la buena mano de dios, además eran exhibidos por los Servidores – a ver culero deja de brincar como puta de congal como en los que te drogabas y en los que te gastabas la tele que le habías tumbado de su cuarto a  tu jefa que por quinta vez la compraba y tú le volvías a  vender culero, así debías haber chillado cada noche en que le robaste su sueño… culero-.

Abraham R. no va a estar a mi lado por siempre. A las tres semanas…   voy  yo a tener que andar solo. Me va a estar negada toda comunicación que no tenga fines meramente funcionales con cualquier compañero. No voy  a poder hablar abolutamente nada con nadie.  Sólo solicitar persmisos: para moverme, para caminar, para formarme, para ir al baño, salirme de la fila, caminar otra vez, entrar al baño, miar. Sólo para eso.

No voy a poder mirarme con nadie. No desde este momento. Ni hacerme guiños, muchisimo menos sonreirme. Cualquiera de estas actitudes son consideradas «complicidad» -en el sentido de ser un autosaboteador del proceso de recuperación a propio l cual queremos arrastrar a otros con quienes establecemos relaciones de cohecho y conspiración-.

Entonces tengo poco tiempo para aprender la jerga del lugar, la manera de «bajarle» para todas y cada una de las actividades que quiera realizar y que se salgan del protocolo e impliquen necesidades personales. Tengo pocos días para aprenderme totalmente la forma correcta de pararme y caminar con las manos agarradas y de aguantar de noche hasta que se me asigne mi turno de orinar en la cubeta de 20 litros. Tengo poco tiempo para aprender las aplicaciones:

-Por hoy no fumas-, y te quitan tu cigarro hasta que desaplicaban, cada 10 días aproximadamente (nos dan 4 cigarros al día, 3 durante las juntas y uno antes de dormir, esto, para mantener un primer elemento de control).

La siguiente aplicación:

– Por hoy pagas parado-, lo que significa que durante las «juntas»  que son nuestra única actividad formal en este lugar de cagada a las que dedicamos hasta 9 o 10 horas diarias, en vez de estar uno sentado en las sillas de CocaCola que  ponen en el mismo lugar en donde dormimos, comemos y nos encueramos para bañarnos, durante esas juntas, te la pasas parado valiendo verga, sin sentarte. Sólo  para comer.

-Por hoy no manifiestas-. El «manifiesto» es el segundo plato de comida al que tienes derecho, salvo los que tienen esta aplicación, entonces a parte de todo te quedas con mucha hambre.

Pero había más:

– Por hoy, te vas al rincón…

Encerrados como perros

2009/08/23

– Te echo humildá padrino Luis si se manifiesta y me tomas en cuenta con un servicio – Te echo humildá padrino Luis si se manifiesta y me tomas en cuenta con un servicio Te echo humildá padrino Luis si se manifiesta y me tomas en cuenta con un servicio Te echo humildá padrino Luis si se manifiesta y me tomas en cuenta con un serviciooooooooooOOOOOOOOOO!!!!

La gritería hacía un ruido realmente insoportable, inconcebible. Eran como mil millones de cristales rompiéndose en mil millones. Como el canto de quinientos hombres siendo torturados por agentes de la PGR. Era como el lamento del concreto oscinado en el temblor del 85 o como las madres de la Plaza de Mayo clamando que les regresaran a sus hijos.  Eran doscientas cincuenta voces en una competencia a ver quién era el que gritaba más fuerte. Era hijodesuputamadremente, exasperante.

Le gritaban a nadie, a una presencia que debía ser omnipresente, gritaban mientras doblaban sus cobijas e  iban a amontonarlas en una esquina del recinto, mientras levantaban los pocos colchones y los acomodaban en otra, y se formaban todos viendo a la nuca del compañero enfrente y todavía seguían gritando. Hasta que otra vez, como a mi llegada, el clamor del Gran PadrotePadrino pedía silencio. Este Padrino Luis V. era arrogante y caminaba pavonéandose. Su risa burlona era escandalosa y  el sarcasmo de sus comentarios a los compañeros dolía como el encierro: – orita mientras tú practicas los 12 pasos a tu ruca la tienen practicando en 20 uñas -, o -si esas son las ganas que le echas a tu recuperación, tu mamá se va a querer morir otra vez en cuanto salgas hijo de tu puta madre -. Y a cada comentario, el séquito de imbéciles que lo rodeaban (ellos, que no andaban en chanclas como el resto y que al contrario llevaban tenis o zapatos) lo celebraba con risotadas que igualmente dolían.

Entonces Abraham R. me explicó qué era lo que sucedía con tanta gritería. El punto era que, en ese lugar y según su filosofía, la «recuperación» de la adicción se alcanzaría en la medida en que uno se alejara de sí mismo y sus necesidades y comenzara a preocuparse por el otro, acto que quedaba manifiesto en la renuncia del «servicio»: hacer algo por alguien más sin esperar nada a cambio. Esa era la razón por la cual todos clamaban ser tomados en cuenta para servir. Esto sonaba, en teoría,  noble y desapegado, verdaderamente cristiano. Pero la realidad era otra, cosa que también me explicó mi Guía: después de cuatro, cinco meses encerrado en este lugar, todo el día sentado escuchando a otros cabrones «curarse», la necesidad de evasión se convertía en una pulsión demente que era la verdadera motivación para solicitar servicios. Si te daban un servicio podías salir de aquel recinto a trabajar en obras de albañilería, o en la cocina o panadería del lugar. De otro modo, si no le «bajabas» con un servicio (Abraham me dijo que «bajarle» significaba «pedir, solicitar, requerir de forma urgida»), entonces te quedabas «valiendo verga» todos los días en tu silla literalmente «sin servir», como un cacharro viejo y olvidado que ha perdido su sentido de ser.

Hicimos otra vez la oración del dolor, los muchachos que le bajaron con un servicio acomodaron los tablones que servían como mesas y que se arreglaban en el mismo espacio que antes había sido nuestro dormitorio. Comimos otra vez el que Abraham R. llamó «caldo de oso» (las zanahorias, chayotes y calabazas que comenzaban a podrirse en agua de la llave y sin sal),  y después todos se metieron a bañar. Sacaron a las mujeres del recinto, desnudaron a todos los compañeros, y con sólo una «arpilla» (especie de estropajo hecho de costales de yute despedazados) y una toalla, los metieron al agua fría de diciembre en grupos de diez aproximadamente en un baño de no más de 6 metros cuadrados. A mi Guardia le dijeron que «por hoy» yo no me bañaba, que si venía todavía con la malilla del consumo que podría resultar peligroso, y la verdad es que yo soy de la misma idea que mi mamá sobre el baño, que sólo le hace daño a la mugre, aunque en lo personal nunca he sido gran fan.

Yo me sentía como un personaje de Sartre llevando la muerte en el alma: me acordaba de ese libro que leí sobre el escritor que encierran en un campo de concentración nazi en Polonia y de la manera en que describía el estado de ánimo de sus compañeros: una persistente falta total de ánimo de vivir… una pesadez más difícil de llevar que una cruz a cuestas.  Entonces le pregunté a Abraham R. a qué hora nos sacaban de aquel bodegón… que cuáles eran las actividades que teníamos en ese lugar para sobrellevar al Anexo. Y su respuesta fue como que si hubiera sido yo un títere y de repente alguien hubiera cortado los hilos que me ataban a la cruz que me manejaba y entonces lánguido y sin más sangre corriendo, me desplomara y después de eso me quebrara en mil fragmentos de mi.

Nunca salíamos. No había luz de sol. A menos claro, que obtuvieras un «servicio». Vaya manera de asegurarse la colaboración entusiasta de los anexados… No salíamos nunca de ahí. En ese momento, juro que no sabía cómo iba a sobrevivir en aquel lugar tanta tristeza.

La noche que no fue noche

2009/08/21

Hacía apenas un par de días que había estado fumando bazuco en los cuartos de casas abandonadas atrás de la Calzada Independencia, por la Plaza de los Mariachis. Había estado fumando noches enteras sin pegar las pestañas y endeudando más mi tarjeta de yupibienpagado. Habian roto el cristal de mi camioneta, me habían robado más de cinco chamarras y había arriesgado la vida no se cuántas hijas de su puta madre veces. Pero nunca había sentido la desolación que sentí esa mi primera noche de sueño frustrado en el Anexo.

Era Diciembre, y todos los viciosos igual que yo parecían estar como yo, eternamente enfermos de sus vías respiratorias -principalmente o cuando menos-. Aventaban el bofe con cada toser, se ahogaban en sus propias flemas entonando un coro asqueroso  mientras  los más afortunados dormían con medio esternón encajado en sus costillas por yacer sobre el suelo razo a merced de una apestosa y roída cobija. Era imposible dormir para mí pero no así para Abraham R. que me ayudó a buscar una cobija que no estuviera ocupada de un montón de cobijas que todos buscaban antes de acostarnos con enorme afán, como si de su rapidez dependiera su vida, hasta que me percaté del motivo: si encontrabas tu cobija, la cual señalabas con alguna marca personal como romperla de algún lugar o amarrarle algún hilachito de algún color especial, entonces tenían más oportunidad de alcanzar lugar  en uno de los pocos colchones que había en el salón. El resto, hiba al frío piso de diciembre anexado.

Yo no podía dormir, yo sólo lloraba, y mi llanto le hacía una tristísima melodía a las armonías de tosidos, ronquidos, ahogidos y orines en una cubeta de 20 litros al final del salón al lado de las que dormían los Recaídos, con sus cabezas casi pegadas, a unos cuántos centímetros solamente recibiendo los charpeos y las sacudidas de cuanto cabrón se paraba a miar. hasta que una voz neurótica como todas aquí irrumpió la paz de las dolencias:

– Ai les echo humildá compañeros para que se levanten, doblen sus cobijas y se formen!

Los «recaimanes»

2009/08/21

La comida no me podía entrar, aunque pensé que si ese era el estilo de alimentación que regía en el lugar seguro que perdía unos kilos, y eso siempre está bien porque soy gordo de nacimiento. Así mi vista se posaba por los tristes rostros de los compañeros que me echaban humildá para comer y yo buena onda respondía que ánimo de buena voluntá. Hasta que vi a estos muchachos que estaban en los pilares de un anexo interior al anexo -por irónico que suene había una sección anexa al anexo, un segundo bodegón dentro del primero y de mayor tamaño-. Estaban parados con sus rostros frente a la pared, y para cada cosa que hacían rezaban algo tan incompresible como lo que había escuchado a mi entrada a lo que algún otro pendejo que se veía habían subido en el escalafón del organigrama anexal, respondía dando una clase de autorización con su tan pronto típico -ánimo culero-. Además, los tenían vestidos de mujer con sostenedores y largos vestidos, y la cara la tenían maquillada pero como en una película de señoras pudientes deprimidas o payasos sicóticos de clase B, con la pintura corrida por toda la cara. Cuando Abraham R. se dio cuenta de que los estaba viendo, me explicó con la voz bajita que ellos eran «recaimanes», que ya antes habían estado anexados y que habían recaído en el vicio y los traían por segunda vez. Ellos pasaban tres meses en estas condiciones, sin sentarse en todo el día. Entonces voltíe a ver sus pies, sus protuberancias hinchadas como extremidades de morsa deformadas de manera mounstrosa y que además eran atacadas por alguna clase de infección o virus porque sin tener que ver tan a detalle, se podían percibir unos hoyos, literalmente unos hoyos se los juro por mi madre, sobre la carne hinchada y que parecía podrida. Era como si una bala les hubiera entrado en la carne roja y gorda pero se hubiera detenido en su camino dejando sólo un crater inmenso en la superficie de sus empeines y tobillos.  Entonces uno de ellos le echó humildá para ir al baño; cuando lo autorizaron a moverse, parecía que hubieran metido sus pies en cemento y luego hubieran esperado a que se secara: daba pasos tan lentos, tan dolorosos, con sus manitas psicológicamente atadas y una tristeza que llevaba como cruz sobre la espalda, que en verdad daba mucha pena. Pero el Pardino Carlosmarrano lo apresuró diciéndole que no se conmiserara el culero, a lo que este cuate respondió con un evidente esfuerzo por moverse más rápido. Entonces mi contemplación fue interrumpida por otro grito con el que todos nos levantamos de la mesa, formamos la fila en torno al anexo exterior, y uno a uno fuimos cateados como en los separos de la judicial para pasar al anexo inteior, tirarnos al piso con una cobija, y tratar de dormir.

Usté nomás déjese guiar…

2009/08/20

Después del putazo ensordecedor que me dejó un prolongado zumbido en la cecera, mi «guía» Abraham R., a todas luces para congraciarse con el Padrino Carlos, asegundó el comentario que acababa de costarme mi primer «medicina», decían ellos,  de bienvenida.

-Nomás ánimo de buena voluntá tienes que decir… a todo. Ánimo?

– Ánimo – contesté yo, habiendo aprendido la lección, lo que le sacó una ligera, morbosa y muy esforzada sonrisa a los cachetes grandes y caidos de PadrinoPuerco.

-Animo pues, ya llévatelo afuera que están esperándolos para hacer la oración de los alimentos-, fue su indicación final.

Abraham R. me dijo tímido y servil que me levantara. Era la segunda frase que me dirigía y ya podía yo detectar en él este patrón de inseguridad frágil. Entonces  me explicó la segunda regla del Anexo, sólo por hoy: me dijo que siempre que me levantara y para poder caminar, debía llevar las manos agarradas detrás de la espalda. Como los sacerdotes cuando reflexionan al caminar, o como alguien esposado. Pues así tenía que caminar uno siempre en el Anexo, con las manos esposadas mentalmente, y después del chingadazo que acababa de recibir en mi crística mejilla la verdad es que no quise investigar qué pasaba si contravenía esa indicación. Y continuó: – la mano derecha debe agarrar la izquierda, así, por la canilla -, y entonces el vato se agarró la muñeca izquierda con su mano diestra frente a sí para ponerme el ejemplo, y luego las movió hacia su espalda para cerrar la gráfica explicación mirándome con las cejas levantadas, preguntando así si había entendido la lección a lo que yo respondí – Animo de buena voluntá.

Me esposé entonces mentalmente y Abraham R. puso su mano derecha sobre mi hombro parado detrás de mí. Me dijo – como soy tu guía, te voy a ir explicando todo, y también te voy a decir cuándo tenemos que caminar y para dónde tenemos que ganar -. ¿Tenemos qué ganar?… puta madre, entre las plañideras neuróticas, el putazo y la borrachera estaba confundido, no sabía si este era otro de los anexotérminos que pronto me dí cuenta que tendría que aprender como un codigo completamente nuevo para comunicarme, o si era la ascepción ranchera de la palabra que se traduce en la dirección o rumbo que uno toma al dar unos pasos. Igual todo esto pasó como sólo fragmentos en mi cabeza y me dejé guiar hacia la salida del baño que conducía de regreso al bodegón que sería mi carcel y mi tumba por sólo dios sabía en ese momento, cuánto tiempo. Estaban todos los muchachos gritones pero ahora muy callados, todos tomados de las manos en torno al bodegón que nos encerraba. Tomamos nuestro lugar en el anárquico círculo y entonces todos nos hincamos de rodillas sin soltarnos, cosa que para mí fue un tanto difícil pues el efecto borrachera del camino me anestesiaba. Entonces un cabrón pidió que cerráramos los ojos y comenzó a dirigir lo que parecía ser una oración pero que pronto se desviaba y agradecía por el dolor, por el encierro, por haberlo perdido todo porque sólo a través del dolor y la humillación, decían ellos en su oración, se ensalsaba la grandeza humana y se rescataban a las margaritas de los hocicos de los cerdos que me imagino debíamos ser todos nosotros los rezantes. De momento me pareció tan absurdo como el culto a la Santa Muerte que tan popular era en los bajos mundos en los que me había movido a fe de mi adicción, tan torcido y tan morboso y tan antinatural pues siempre me había resistido a ver la religión como este grillete que te corta las alas con la culpa y por default nos hace defectuosos con un pecado de nacimiento.

Después de la oración nos levantamos y gritamos al unísono -ánimo de buena voluntá-. Entonces tomamos nuestro lugar en tablones dispuestos en la misma área que a mi llegada era la sala que contenía a todos estos menesterosos y recibimos nuestra porción de papas, zanahorias y chayotes en evidente estado de descomposición ya, cocidas en agua asquerosa sin una pizca de sal. Y mientras comíamos, yo en realidad sólo veía esas caras tan largas, tan tristes…

Nomás ANIMO DE BUENA VOLUNTÁ culero!!!

2009/08/17

No puedo dejar de llorar y me vale verga que doscientos mugrosos de la peor calaña me vean hacerlo… esto que estoy viendo es lo más triste que he vivido en mi vida, es lo más triste que existe en todo el mundo y que nunca me imaginé . Los que están encerrados aquí conmigo se ven como los muchachos más miserables y sus caras,  como la mía, son tan largas y  tan sin expresión como nada más vi de niño en las fotos del Holocausto cuando ojeaba a escondidas Los Hornos de Hitler.

Cuando entré a este bodegón sucio y sin ventanas se volvieron locos, todos, con una demencia como salida del infierno de Dante. Me metí con el Padrino Fernando V que me recibió al llegar, él era el encargado, y entonces cada uno de ellos comenzó a berrear como histéricos o condenados a muerte desgarrándose las entrañas con un rezo incomprensible mientras  levantaban su dedito como si quisieran llamar su atención, la del Padrino, gritando a todisísimo su  pulmón, desesperados con el gesto desencajado y lleno de angustia. Y a una voz del Padrino, todos en silencio desplomaron su expresión hasta el punto cero como torres gemelas.

Me trajeron un par de pendejos que se presentaron como el Padrino Javier C y Ernesto M… no sé qué puta madre es esa de quitarse el apellido y sólo dejar una sigla. Me engañaron para traerme, mi familia…  mi carnala me pidió que la llevara  a «casa de una amiga», y al momento en que se bajó del carro pidéndome que la esperara, estos culeros abordaron mi camioneta para someterme. Yo comencé a gritar que  llamaran a la policía, creí que me estaban secuestrando, y esque con la violencia de que estaban haciendo gala estos hijos de puta, sólo por  eso podría haberlo pensado…  hasta que salió ella llorando, viendome con su carita triste y sin hacer nada  frente a mis clamores histéricos…  fue  entonces que lo entendí todo. Estaban ahí para  llevarme a una clínica de «rehabilitación».

De camino me pusieron borracho, ahora me doy cuenta que para ablandarme a la hora de la llegada. Me dijeron que «me la aplicara» y que iba a salir pronto. Me preguntaron a qué le ponía y yo les dije que a todo menos a la aguja, pero de ahí en delante que era modelo estandar: mota, perico, tachas, solventes, opio chiapaneco, medicamento siquiátrico -reynol, efexor y tegretol- con caguama, cristal, hongos, tonallan  y especialmente, mi perdición predilecta, la piedra de muerte sobre la que había fundado o mi culto a la autodestrucción.

Cuando llegamos a la Granja Las Huertas (nunca pude saber exactamente a donde me habían llevado), me metieron al baño, me quitaron mis zapatos y mis pertenencias, me dieron un par de chanclas y llamaron a Abraham R. a quien le dijeron que por hoy iba a ser mi «guía».  Chaparrito, narizón, un ranchero guero de los altos de Jalisco que me dijo -a todo lo que te digan, tú nomás contesta «animo de buena voluntá«. Entonces se me acercó el Padrino Carlos, el segundo al mando, un marrano con cara de niño que me preguntó si había entendido lo que me acababa de decir mi «guía» a lo que yo respondí que sí… entonces sin mayor preámbulo y frente a mi total incomprensión de lo que sucedía, dejó caer su mano marrana pesada como un bistek sanguinoliento sobre mi mejilla con un putazo seco y lleno de coraje que me sacó las lágrimas.

– Le están diciendo que a todo se contesta nomás ánimo de buena voluntá, culero.